Hace 50 años, las presentaciones de la mítica banda estadounidense en El Forum de la Del Valle (28, 29, 30 de junio y primero de julio), pasaron prácticamente inadvertidas excepto por los músicos que recordarían el episodio con amargura
NORTEAMÉRICA.- Era sábado 28 de junio de 1969, hace 50 años. La misma noche de los disturbios de Stonewall, en Nueva York, cuando una redada de policías en un bar detonó el movimiento moderno de los derechos de los homosexuales.
Un misterioso personaje con pelambre alborotado y barba abundante, como de revolucionario latinoamericano, se aproximó hacia la entrada del salón de conciertos en la colonia Del Valle de Ciudad de México, donde se apretujaban decenas de jóvenes de clase media alta que buscaban su propia dosis de rebeldía, a pesar del evidente desentono de los copetes almidonados, las camisas floreadas y desabotonadas “hasta la cintura”, y las cadenas toscas de oro que colgaban de sus cuellos.
“Hey, dejen algo para el cantante”, gritó carcajeándose el extraño personaje, cuando la multitud se arremolinó en plena esquina de Insurgentes Sur y Ameyalco en torno de quienes lo acompañaban, mientras él pasaba por desconocido. Su nombre era James Douglas Morrison, poeta y cantante nacido en Melbourne, California, líder de la mítica banda de rock The Doors y uno de los mayores símbolos de la cultura rebelde del pop.
Había pasado el movimiento estudiantil de 1968 y su crudo desenlace. Las cuatro presentaciones de The Doors en El Forum de la Del Valle (28, 29, 30 de junio y primero de julio) pasaron prácticamente inadvertidas y apenas se consignaron en un puñado de crónicas no muy favorables como la de Raúl Velazco, en El Heraldo de México. El lugar era propiedad de los hermanos Castro, quienes hicieron una carrera musical al amparo de la televisión.
En realidad a la banda la trajeron con engaños, que han sido acreditados a los promotores Mario Olmos y Javier Castro, del grupo Los Castro. Originalmente prometieron a los músicos que tocarían en la Plaza México, lo que por supuesto era imposible.
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“No pude soportar el club de la clase alta, tipo Las Vegas, ante el que habíamos sucumbido, pero el trato acordado con el gobierno mexicano era actuar cuatro noches en aquel asqueroso agujero, a cambio de autorización para actuar una noche en la plaza de toros para el gran público, a precios accesibles, del orden de unos pocos pesos. Debería haber sabido por la prensa mexicana que eso no iba a suceder. El Heraldo nos llamó ‘hippies’ e ‘indeseables’. Se nos negó alojamiento en varios grandes hoteles”, cuenta el baterista John Densmore en su autobiografía Jinetes en la tormenta (Grijalbo, 1990).
“Empecé a odiar a los mexicanos ricos que llenaban este club, con sus camisas desabrochadas hasta la cintura. No podía comprender lo que decían, no debido a la barrera del idioma, sino al tintineo continuo de todas las cadenas de oro que llevaban colgadas del cuello”.
A Morrison, de 25 años, pesaban ya los estragos de la fama y poco antes puso en peligro la cohesión del grupo. Apenas el 2 de marzo anterior había sido detenido por la policía en Miami, acusado de haber mostrado sus genitales al público durante un concierto el día anterior, aunque no hubo pruebas gráficas de ello. Pero los conciertos en el Forum, por los que la banda cobró cinco mil dólares cada noche, no parecían abrumarle. “Soy Fidel Castro”, dijo al presentarse la primera noche en el escenario. La banda Pop Music Team, cuyo cantante era Jorge Berry, el mismo que luego se convirtió en conductor de noticieros, abrió las presentaciones.
Vuelta una leyenda, se cuenta sobre la estancia de Morrison en la capital mexicana que un día se sentó solitario a tomar un whisky en el legendario Casino Royal, curiosamente el lugar que años después se convirtió en Rockotitlán, a unos metros de la Plaza México. Los cuatro californianos (Ray Manzarek, aquel que le dio con su organito el acento musical a la banda; Robby Krieger, quien escribió Light my fire, además de Densmore y Morrison), fueron paseados en limusina por la ciudad, visitaron el Museo de Antropología, Garibaldi y las pirámides de Teotihuacán.
Un mes después apareció The Soft Parede, que a pesar de ser considerado el trabajo musical menos importante de Morrison con The Doors, se convirtió en el cuarto disco de oro consecutivo de la banda. Justo 24 meses después de los conciertos de México, Morrison, El rey lagarto, murió por sobredosis en París. Sus restos se encuentran en el panteón Père Lachaise de la capital francesa.