NORTEAMÉRICA.- A pesar de las apariencias, los vínculos que unen a América del Norte salieron fortalecidos de la crisis que enfrentó Estados Unidos y México con el tema migratorio. No es que la resolución haya sido satisfactoria, pero, después de todo, Estados Unidos impuso su visión de un México dependiente —en gran medida— al enorme tráfico bilateral de bienes y servicios.
Pero las voces de alarma que siguieron a las amenazas arancelarias del presidente Donald Trump, provinieron mayormente de sectores comerciales, industriales y agrícolas estadounidenses, sin contar los más discretos señalamientos de los organismos encargados de seguridad nacional.
Es en ese sentido, en el que irónicamente subió la fortaleza de la relación económica y comercial, algunos dudan que el mandatario estadounidense hubiera podido mantener sus propuestas tarifarias más allá de unos días. El impacto de las “sanciones comerciales”, convertidas en arma política, hubieran estado sobre México, pero el efecto principal estaría en el bienestar de Estados Unidos.
Basta con decir que los amagos y críticos hicieron recordar que México es, ciertamente, uno de los tres principales socios comerciales de Estados Unidos y, en los últimos meses, tal vez el principal beneficiado por la guerra comercial entre Washington y Beijing.
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Más allá de cifras y números que puedan significar, está la realidad de una enorme codependencia. Ciertamente es mucho más visible del lado mexicano, ante la disparidad en el tamaño de las economías. Pero esa interrelación existe también del lado estadounidense y que, por cierto, es entre Estados Unidos y Canadá.
México aporta casi la mitad de las verduras que se sirven en Estados Unidos; igualmente, es la fuente de un 40% de frutas. De acuerdo con The Peterson Institute for International Economics, el cierre de una semana a las importaciones desde México paralizaría la industria automotriz estadounidense.
Otra estimación que apuntó es el impacto negativo de la sobretasa, pues sería el equivalente del diez por ciento del Producto Nacional Bruto de México y el uno por ciento del estadounidense. Más allá de la perversa lógica que lleva a esta conclusión, queda la realidad de que el concepto de Norteamérica está, en lo que bien podría llamarse, una crisis.
Los presidentes de dos de los tres países que componen el pacto comercial de Norteamérica, parecían convencidos de la necesidad del convenio, aunque tal vez, estarían mejor por su cuenta. El diferendo probablemente los convenció de lo contrario o, por lo menos, les hizo ver ángulos distintos del problema: ninguno de los dos puede tomar ciertas decisiones sin tomar en cuenta la situación del otro.
Los Estados Unidos pueden ignorar el daño a sus vecinos, pero van a sufrir por ello; México y Canadá puede hacerlo, pero los riesgos son mayores.