La polarización social —entre un amplio sector anglosajón de por lo menos 30 millones— está cada vez más rabioso, racista, xenófobo, y paranoico
NORTEAMÉRICA.- Lo que ocurrió el sábado en El Paso, Texas, como el primer episodio de masacre anti-latina/anti-mexicana/anti-inmigrante fue que el racista blanco Patrick Crusius disparó en una tienda Walmart con un rifle AK-47 matando a 20 personas e hiriendo a otras 26. El lugar elegido por este joven de apenas 21 años no fue casualidad porque, según él mismo escribió en un manifiesto, “este ataque es en respuesta a la invasión hispana en Texas”, palabras que viene repitiendo el presidente Trump con saña desde que entró en campaña en el 2016. Por esas expresiones es que fue electo Presidente en primer lugar, y por ese odio racial canalizado es que sigue fuertemente respaldado por su base republicana.
Para los que venimos alzando la voz desde hace años sobre el impacto que tendría criminalizar la migración humana, demonizar y estigmatizar a los migrantes y solicitantes de asilo como lo hace a diario Trump, perseguirlos y encerrarlos en el vasto Gulag Americano erigido por las cuatro últimas administraciones demócratas y republicanas, o ver al gobierno dedicarse desde los tiempos de Obama a enjaular niños y desgarrar familias migrantes sin respeto alguno al derecho internacional o a los derechos humanos más elementales, esta pavorosa escalada de violencia racista y xenófoba —esta temporada abierta de cacería de migrantes y comunidades latinas— no nos sorprende, fue repetidamente predicha y anunciada por nosotros.
Y ahora lo peor no es el incidente en sí, sino que estos episodios de violencia anti-latina/anti-migrante van a seguir ocurriendo. ¿Por qué? Primero, porque la polarización social entre un amplio sector anglosajón de por lo menos 30 millones, cada vez más rabioso, racista, xenófobo, y paranoico —la base fuerte del trompismo neofascista— y el resto del país, seguirá aumentando y exacerbándose, en ausencia de toda contrapropuesta progresista poderosa al fenómeno trompista, que es un fenómeno neofascista. Los demócratas no han sabido, y no saben hacia adelante, cómo confrontar y derrotar este fenómeno; y las fuerzas sociales progresistas dispersas están muy lejos de forjar un frente unido fuerte y capaz de enfrentar y derrotar el reto neofascista. El tiempo apremia y siguen ganando terreno ominosamente los que minan la democracia y la paz social estadounidense. Por eso predecimos que antes que las cosas mejoren, desafortunadamente, más episodios como el que acaba de ocurrir en El Paso, pero cada vez más violentos contra nuestras comunidades migrantes y de color, especialmente las comunidades mexicanas.
La gente, por falta de elementos de análisis histórico e ilusiones de normalidad perpetua muy arraigadas, se sigue aferrando a la falsa idea que todo este tensionamiento y violencia doméstica es coyuntural y reversible, no el inevitable caos y consecuencia irreversible de la profunda crisis estructural del orden capitalista mundial, otrora erigido por los Estados Unidos, y que lleva varias décadas de venirse cuarteando y desmoronando ante nuestros propios ojos. Pero no hay peor sordo que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír.
El sistema está en crisis, lo hemos repetido hasta el cansancio, y los problemas sistémicos requieren soluciones sistémicas, que los Estados Unidos y sus clases dirigentes no pueden, ni quieren, afrontar y resolver. Y no por no intentarlo, sino porque todas las propuestas anteriores han fallado en componer al mundo y en el proceso componer a los Estados Unidos mismos. La etapa que vivimos hoy es la PEOR desde los tiempos en que Estados Unidos se esforzó por liderear al mundo con modelos y propuestas como el Desarrollismo Liberal y luego el Consenso de Washington Neoliberal, la bipolaridad geopolítica y terror nuclear de la Guerra Fría y el multilateralismo desnuclearizado de las G6/G7/G8/G20 de la post-Guerra Fría, inclusive el neoimperialismo aventurero de Bush II (con tropas) y el solapado de Obama (con drones).
El Paso, bastión de la comunidad mexicoamericana
Todo esto que escribí es solo el contexto mundial de la crisis y caos sistémico por la que estamos pasando, cuyo epicentro, he insistido muchas veces, son los Estados Unidos. Ahora viene el análisis regional —el impacto de esta crisis mundial en la región del hemisferio norte de América, o “Norteamérica”, que incluye a Canadá, Estados Unidos, México, Centroamérica y el Caribe. En esta región, el colapso de la legitimidad del proyecto neoliberal económico (por la espantosa desigualdad y crónica pobreza que generó en los últimos 40 años) y la crisis de las democracias liberales —de las endebles en la zona sur y la otrora robusta estadounidense— generaron dos fuertes movimientos opuestos: por un lado los flujos migratorios laborales irregulares y de refugiados hacia el norte de la región, primero mexicanos y ahora centroamericanos y caribeños; y por el otro, la revuelta cada vez más racista y nativista, proteccionista, neomercantilista de las clases blancas afectadas por la desigualdad económica en EU, que el partido republicano auspició como su estrategia principal desde los tiempos de Nixon y Reagan, y que al final llevaron al poder a alguien como Trump con una retórica y programa de hostilidades raciales abiertamente anti-inmigrante, anti-latina domésticamente, y anti-México y anti-Latinoamérica internacionalmente.
O sea, el problema es que los mexicanos y latinos en EE.UU. nos volvimos el Blanco Número Uno de la furia racista anglosajona domésticamente, y México y Centroamérica el Blanco Número Uno de esa misma furia en las relaciones internacionales. No es coincidencia que tanto las relaciones domésticas entre anglos y latinos, como las internacionales entre EE.UU. y México/Centroamérica, estén pasando por su peor momento en un siglo. Las dos tendencias están íntimamente vinculadas, reflejan el real intento del gobierno de Trump de culpar estos “enemigos” domésticos e internacionales de todos los males que aquejan a EE.UU., hacerlos pagar caro por sus “abusos”, e imponer barreras sociales, económicas, y físicas para que ya no “nos invadan y abusen de nosotros” (se entiende quién son “nosotros”).
Es por lo tanto un grave error circunscribir nuestra respuesta al acto terrorista anti-latino en El Paso —la de los latinos y migrantes, sus organizaciones y representantes en EE.UU., como la de los gobiernos y pueblos mexicanos y centroamericanos— como un asunto de atender la salud mental de estos asesinos y/o castigarlos, de regulación de armas de asalto y de identificar y castigar a quien es responsable de su venta, o inclusive, como lo ha hecho el gobierno mexicano, de condenar el acto como terrorismo anti-mexicano y exigir acciones legales de castigo.
Estados Unidos es desde hace años, por mucho, el país con más masacres de este tipo en todo el mundo (¡casi una al día!), aparte de los 40,000 muertos al año con arma de fuego, más por suicidio, disputas domésticas, accidentes, que por extraños. Los estadounidense están ya acostumbrados al pavoroso drama diario y la falta de acciones para evitarlo. PERO LO NUEVO ES QUE LOS LATINOS YA SOMOS EL BLANCO DE MASACRES RACISTAS. Y para enfrentar y revertir esta *creciente* realidad se van a necesitar, por un lado, activar medidas de autodefensa, en las comunidades latinas y migrantes, seguido de forjar alianzas de autodefensa con todas las otras comunidades de color afectadas. Y por el otro, una denuncia y rechazo mucho más fuerte de los gobiernos vecinos de la pútrida fuente de esta violencia anti-latina: el trompismo galopante, racista y xenófobo, promovido por el presidente de los Estados Unidos y el partido republicano en su totalidad.
#OtroMundoEsPosible #OtraNorteaméricaEsNecesaria #ResisteYDefiendete