NORTEAMÉRICA.- Un escándalo de presunta corrupción sacudió Canadá y manchó la reputación del Primer Ministro Justin Trudeau, al grado de poner en duda su futuro político.
Cuando el diario The Globe and Mail informó el 7 de febrero que la exministra de justicia y fiscal general, Jody Wilson-Raybould, había sido presionada para ayudar a una empresa de construcción con sede en Quebec a resolver un caso criminal y evitar un proceso por acusaciones de soborno a funcionarios libios para obtener contratos del gobierno.
En testimonio ante la Comisión de Justicia de la Cámara de los Comunes (diputados), Wilson-Raybould alegó “amenazas ocultas” y una presión “sostenida” para ayudar a la empresa SNC-Lavalin, una de las mayores de compañías de construcción del país, con base en Montreal, la ciudad donde esta el distrito que Trudeau representa.
Wilson-Raybauld aseguró que la presión, proveniente de allegados a Trudeau, había ocurrido por meses y que el propio primer ministro había participado brevemente, aunque precisó que en su opinión, sin romper límites legales.
Pero en política las cosas no son tan simples.
¿intervención o simple interés?
De acuerdo con una visión, una eventual condena de SNC Lavalin prohibiría su acceso a contratos con el gobierno durante una década, lo que tendría serias consecuencias para una empresa que tiene 9,000 empleados en Canadá y varios miles en el mundo.
Habría sin embargo una alternativa: una sanción económica, que sería la solución favorecida por el gobierno Trudeau.
Esa sería razón para que hubiera interés político en la supervivencia de la SNC Lavalin, ciertamente.
Si se ve con el lente que desean poner Trudeau y sus aliados, es natural que el Primer Ministro esté interesado en saber la situación de una empresa que no solo tiene impacto en su distrito sino en la provincia y el país.
Pero visto con malos ojos, como lo plantean los críticos de Trudeau, sería una instancia que hace sospechar en corruptela y tráfico de influencias.
El escándalo no pudo haber llegado en peor momento: un año electoral. Las elecciones generales tendrán lugar en octubre y el partido liberal de Trudeau, llega a ellas con una popularidad disminuida debido entre otras cosas a su apoyo para un oleoducto en Alberta, pero algunos piensan que difícilmente perderá ante partidos de oposición en peores condiciones.
Y si bien las acusaciones de involucramiento de Trudeau en favor de SNC Lavalin pueden tener algún efecto en partes de Canadá predispuestas contra él o los liberales, The New York Times hizo notar que se espera que el impacto negativo sea mucho menor en Quebec y menos en Montreal, donde una encuesta puso de relieve que la mayoría apoya la postura de Trudeau.
Pero al mismo tiempo, la imagen de Trudeau ha recibido un duro golpe. Considerado como un favorito liberal en todo el mundo, Trudeau su problema está dentro de Canada: “el escándalo actual representa solo el último, aunque más serio, de muchos golpes que ha recibido durante su mandato.
Sin embargo, este asunto parece impactar en el corazón mismo de su tan aclamado modelo de gobierno abierto. Y mientras los canadienses se dirigen a las urnas a finales de este año para las primeras elecciones federales desde que Trudeau asumió el primer puesto, muchos se preguntan si su destino ya ha sido sellado”, consignó la revista electrónica OZY.
La “Marca Trudeau”
Pero ese análisis resulta un blando comentario en comparación con las afirmaciones aparecidas en la prensa canadiense, que atacó a Trudeau con una brutal fiereza.
El famoso semanario Maclean’s publicó un brutal texto que anunció en su portada como “El Impostor … construyó una marca basada en la transparencia juvenil y el cambio. Entrego estática y escándalo ¿Cual es exactamente la verdad de Justin Trudeau?”.
En alguna forma sería justo preguntarse si el escándalo, que no incluye ni sexo ni dinero, es el fin del idilio entre Trudeau y los canadienses, o al menos parte de ellos.
Pero la realidad es que com escándalo resulta comparativamente aburrido con los que a diario enfrenta el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, o los que denuncia o insinúa el presidente de México, Andres Manuel López Obrador.
Pero se trata de Canadá. El aburrido, sólido, bien portado, confiable Canadá.
Pero ciertamente hay que hacer concesiones a la política: después de todo, no se puede vivir junto al continuo escándalo estadounidense y tener lazos de sangre con el igualmente complicado Reino Unido como para pensar que los canadienses no se contagien, así sea de forma temporal, como las alergias.
Antes de ser el Primer Ministro de Canada, Justin Trudeau era el “niño dorado” de la política de su país, como heredero de un nombre que mas que un apellido representa un mito.
Su padre Pierre Elliott Trudeau, fue dos veces Primer Ministro y considerado como el fundador del Canada moderno: federal, multicultural, multiétnico y bilingüe.
Su abuelo materno, James Sinclair, llegó a Ministro de Pesca.
Con ese antecedente, Justin Trudeau parecía predestinado a la política, una suerte que pareció resistir y los primeros años de su vida adulta los pasó como maestro o como estudiante de postgrado hasta el 2000, cuando su discurso en el funeral de su padre lo propulsó al primer plano público.
Aun así esperó un tiempo y comenzó formalmente su carrera polpituc en 2007, cuando fue electo al Parlamento Federal en el Distrito de Papineau. Para 2013 ya era el lider indiscutido y electo al máximo puesto del Partido Liberal, y en noviembre de 2015 asumió el puesto de Primer Ministro.
Su elección pudo fin a una década del gobierno conservador de Stephan Harper, en un contraste que fue mas allá de la diferencia ideológica para incluir lo humano: el carisma de Trudeau y su imagen modernista y la figura de un Harper eficiente pero antipático.