El tema coyuntural ahora es político y vamos a hablar indirectamente de ello porque un cambio político hizo que todo lo que narra este libro del escritor cubano Guillermo Cabrera Infante quedara atrás.
Sin embargo dejó su huella profunda porque ninguna transformación es posible sin que algo permanezca aunque sea como un perfume finísimo que apenas se siente, lejano, pero presente, nostálgico…
Y aquí estamos con nuestro invitado de hoy, el libro: Ella Cantaba boleros.
Esta novela fue escrita en 1995 y tomando en cuenta que el escritor nació en 1929 (La Habana) concluimos que ya estaba muy madurito para entender lo que pasaba porque le tocó ser una generación parteaguas de la historia impresionante de su país que apostó por un cambio radical, una revolución durísima por la cual todavía se pagan las consecuencias del experimento que concentra todo el poder en el Estado.
Guillermo Cabrera Infante es una generación puente. Le tocó vivir bastante del pasado, saltar al presente de 1959 (cuando triunfó la Revolución) y se proyectó en el futuro de la isla que quitó toda iniciativa privada justo cuando casi todo estaba en manos privadas.
Por esas fechas escribió una obra que se llama Tres tristes tigres, la novela que lo lanzó a la fama. Y resulta que de esa novela salieron dos personajes que merecieron después otra Novela: Ella cantaba boleros.
En ella el autor recupera el “fulgor” y la despampanante vida nocturna de La Habana de los años cincuenta que vivió en primerísima fila entre los cabarets, la rumba, el despertar de la sexualidad que por entonces empezaba a dejar de ser tabú en esas tierras.
Se trata del fin de una Era que daría paso, por razones políticas, a otro tipo de música: lejos del desparpajo capitalista, cerca de la ideología comunista, con la Nueva Trova.
Cabrera Infante decía que no le interesaba para nada hablar de otro mundo que no sea La Habana e inclusive no le interesa hablar sino de ciertos barrios y ciertos momentos como cuando se pone el sol y se continúa el resplandor en una noche eléctrica, llena de luces, con otra vida.
“Recuerdo aquel fulgor de La Habana mejor que la primera mujer que vi desnuda”, dijo. Y más adelante vamos a hablar de la fuerza y la sensualidad que tiene como telón de fondo esta obra.
Ella Cantaba boleros son dos novelas autónomas en un solo libro: la primera se llama La Amazona y la segunda justamente Ella Cantaba Boleros. Ambas narradas en primera persona, en el yo.
Esta última es un intento complejísimo por llevar la música a las letras, pero narrado de tal forma que parece que la gente está hablando, todo de corrido y con musicalidad. Guillermo Cabrera Infante decía que él escribía más con el oído que con la vista, que le preocupaba que sonara bien sin perder el humor que es muy importante en la psicología cubana: el cubano se burla de las cosas más serias y es lo mejor de su carácter.
Ella cantaba boleros tiene como protagonista: Estrella Rodríguez, una de tantas cantantes de La Habana de la época, quien es una negra inmensa, una ballena, un manatí, un cetáceo; el otro protagonista es el fotógrafo que se llama Códac, quien conoce a La Estrella en el chowcito y se queda impresionado tanto por su físico, su negrura y dimensión, como por su voz, ya que nunca antes una voz le había estremecido y conmovido tanto como “la caguama que canta”.
Les voy a transcribir textual un pequeño pasaje en el que Cabrera infante reflexiona sobre lo que hizo La Estrella con una de las canciones de nuestro compositor, el mexicanísimo Agustín Lara.
“Hacía tiempo que algo no me conmovía así y comencé a sonreírme en alta voz porque acababa de reconocer la canción, a reirme, a soltar carcajadas porque era noche de ronda y pensé, Agustín no has inventado nada, no has compuesto nada, esta mujer está inventando tu canción ahora: ven mañana y recógela y cópiala y ponle tu nombre de nuevo: noche de ronda está naciendo de nuevo”.
La Estrella canta por las noches y por el día trabaja como limpiadora en la casa de un matrimonio gay, pero para cantar pone condiciones: sólo boleros, y siempre sola, porque le sobra la música, la lleva por dentro y así conserva el movimiento de toda África transferida a América.
Códac se queda prendado del significado de lo africano y no precisamente de la mujer que baila moviéndose al compás de su música, casi obscena, sí sexual como el guaguancó o la timba, que emulan el cortejo sexual y así lo musical.
Estrella Rodríguez existió: se llamaba Fredesvinda García, Freddy, hija de una familia de campesinos pobres.
La biografía de Freddy enfatiza en su característico peso de 300 libras y en el tono andrógino, por grave y potente, de su voz. Únicamente grabó el disco La voz del sentimiento y murió de un infarto el 31 de julio de 1961 en Puerto Rico.
Ya me emocioné y eso que tengo mis reservas hacia el bolero por promover la codependencia emocional. Y ya se me estaba pasando la primera parte del libro, el relato de La Amazonas. Brevemente: para quienes les gustan las narraciones sexuales, qué narraciones: una mezcla de sexo totalmente explícito sin que toque la vulgaridad ni pierda la sensualidad.
Un pasaje tras otro de escenas de cama combinados con un romance erótico por las calles de la Habana en medio de su historia, una historia que no volverá.
Y no les voy a contar más que Margarita era una amazona porque le faltaba una teta. En la mitología griega se habla de un grupo de mujeres que hicieron una comunidad sin hombres y peleaban con arcos y flechas. Para ser más hábiles se cortaban un seno y vamos a parar aquí.
*Crónica transmitida en vivo en el programa matutino Radiomojarra.com