Detrás del espectáculo de hombres rancheros que montan toros para mostrar gallardía en México y Estados Unidos, hay también un espectáculo que atrae al crimen
NORTEAMÉRICA.- El pasado 31 de enero, el cuerpo del empresario Hugo Figueroa —sobrino del fallecido cantante Joan Sebastian— fue localizado con múltiples disparos en la carretera de Tarímbaro, Michoacán. El propietario del afamado rancho “La Misión”, había sido privado de la libertad por un grupo de hombres armados tres días antes mientras se encontraba en un jaripeo de esa entidad.
Tiempo después, circuló un video en redes sociales del momento preciso de su asesinato. En el clip de 20 segundos, puede verse a Figueroa amarrado a un árbol mientras le apuntan con armas y gritan palabras altisonantes; posteriormente acaban con su vida. Aunque las autoridades no han cerrado la carpeta de investigación, las especulaciones fueron, desde un principio, que fue ejecutado por no querer dar el denominado “derecho de piso”. Es decir, una cuota periódica al crimen organizado.
Federico Cedeño, propietario del rancho “La Pionera” —localizado en Cuto de la Esperanza, Michoacán—, se ha dedicado junto con su familia a organizar jaripeos desde 1958. En entrevista para Norteamérica, el empresario afirma que varios ganaderos han sido blanco de extorsión e incluso, tras el asesinato de Figueroa, tomaron precauciones ante una posible detonación de algo sucesivo.
“Claro que sí (nos preocupamos) porque esa puede ser la detonante y a muchos ganaderos les han pedido (dinero). Y de Hugo, pues era la persona, para mí, más poderosa en el medio del jaripeo y de muchas cosas; hacía mucho dinero. Hugo era amigo mío y la manera en que lo mataron fue lamentable. Era buena persona y ya por alguna cosa lo relacionan con varias situaciones que sí y no… uno no sabe”, menciona.
Cedeño, quien es médico especialista en Traumatología y Ortopedia, asegura que afortunadamente ellos nunca han tenido problemas con presuntos criminales. “Nosotros somos gente de bien, de muchos años, ya nos conocen. Saben que nos dedicamos al jaripeo, que yo soy médico, que es una tradición y que hay gente que ha hecho mucho dinero, nosotros no, ni vivimos del jaripeo, pero nos gusta mucho”.
De acuerdo con la antropóloga Marisol Montoya González, el jaripeo es un espectáculo charro-taurino propio de México que surge con la llegada del ganado mayor que trajeron los españoles en la Conquista y por el trato que tenían los rancheros con los animales, especialmente con el toro y el caballo.
El jaripeo, al igual que la charrería y el rodeo, se relaciona con la monta de toros, “una práctica generalizada en toda Iberoamérica… Cada una se inserta en una fiesta específica y tiene particularidades únicas y un modo de celebrar único”.
Un legado cultural
En Estados Unidos —principalmente en las ciudades del sur— se practica el rodeo estilo americano, el cual tiene origen en el norte de México; esta actividad procedente del jaripeo “es una herencia, un ir y venir” desde que el territorio mexicano se anexó a ese país, añade Montoya González.
Es por ello que ambas prácticas guardan estrechamente un legado cultural. Sorpresivamente el jaripeo empezó a tener gran demanda del otro lado de la frontera donde miles de connacionales habitan. Ante esto, hubo quienes aprovecharon la oportunidad y comenzaron a exportar estos shows principalmente por Texas, California, Washington, Georgia, entre otros.
Los máximos patrocinadores de esta actividad son rancho “El Aguaje”, de Sergio Pelayo, rancho “Los Destructores”, de Memo Ocampo y rancho “La Misión”, de Hugo Figueroa. El primero está en Autlán de Navarro, Jalisco, y los otros dos, en Juliantla, Guerrero.
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Estos ofrecen a los aficionados espectáculos llenos de adrenalina con sus mejores toros y jinetes que visten chaparreras estilo cowboy de colores brillantes. Asimismo, incluyen grupos de ballet folklórico, bandas norteñas, mariachis, un animador, iluminación, megapantallas y pirotecnia para tener un evento inolvidable.
Probablemente el primer cantante y empresario mexicano en llevar el jaripeo a Estados Unidos como un espectáculo profesional fue Antonio “Tony” Aguilar junto con su esposa, Flor Silvestre, en la década de 1970. Recientemente José Antonio “Pepe” Aguilar retomó la tradición a través de su gira “Jaripeo Sin Fronteras 2019”, la cual inició el cinco de abril y concluirá hasta el 27 de septiembre.
El tour —en el que también participan sus hijos, Ángela y Leonardo— tiene contempladas 25 presentaciones en ciudades de México y Estados Unidos con boletos que van desde $500 pesos hasta los tres mil, dependiendo el lugar.
Federico Cedeño comenta que por cuestiones económicas “La Pionera” no ha podido llevar sus shows al país vecino. Además, los animales necesitan certificados médicos; el control animal estadounidense es muy estricto.
El empresario agrega que los toros de jaripeo son “atletas” de mucho valor, con buena alimentación, vitaminas, desparasitantes e infinidad de situaciones. Es por ello que está en desacuerdo con los anti taurinos y la gente que quiere quitar esas tradiciones “porque dicen que es maltrato animal”.
Aunque los jaripeos se han etiquetado como espectáculos familiares bienintencionados, estos han llegado a tener mala imagen debido a la cercanía con la música regional mexicana, pues inmediatamente son relacionados con el narcotráfico.
Cedeño lamenta que haya narco corridos “de esos que han matado en algún jaripeo, alguna corrida de caballos, en algún palenque, donde hay peleas de gallos. Como le digo, (en los espectáculos) va gente de todo. El jaripeo es muy familiar, pero pasa algún incidente y los amarillistas, créame, van a aprovechar esa situación”.
Los presuntos criminales que asisten, dice, son muy evidentes: “la gente mala trae joyas, trae caballos, trae unos carrazos y tienen la oportunidad de comprar muchas cosas… asisten al fútbol, asisten a ver una pelea de box, asisten a ver cualquier cosa. Donde hay multitudes, hay dinero”.
Lo cierto es que el jaripeo es un negocio excéntrico, tanto en nuestro país como al otro lado de la frontera. Tan sólo tener en mantenimiento toros valuados entre 50 mil y 250 mil pesos evidencia la fortaleza económica de estos empresarios, los cuales son objetivos seguros para los grupos delictivos.
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