NORTEAMÉRICA.- ¿Muros? Nosotros vamos cuando queremos
Un pueblo de 600 habitantes con doble nacionalidad, la gringa y la mexicana
MEXICO.- Mardonio Reyna se acomoda la boina y observa lo que tiene enfrente: un jardín de palmeras y rosas, tulipanes y araucarias que adornan los costados de las mesas y sombrillas al borde de una laguna.
¡Claro que vale la pena!, piensa sobre el restaurante que abrió hace siete meses en este poblado del norte de Guerrero de alrededor de 600 habitantes del que emigró a Estados Unidos cuando tenía nueve años a lado de su padre y al que regresó para montar un negocio.
Toma una charola y coloca un par de cervezas, una botella de mezcal, trozos de naranja y se encamina hacia un grupo de dos comensales.
• What’s up, men?- pregunta mientras coloca sobre la mesa los vasitos, los tarros y bebidas.
• Do you wanna get us drunk?- responde uno de ellos-. Todavía es temprano.
Todos ríen y se ponen a hablar. Pasan entre el inglés y el español con naturalidad: en este pueblo se habla el “spanglish’’ desde hace décadas, desde que en 1986 Estados Unidos otorgó una amnistía para dar documentos a inmigrantes de la que se benefició un millón de mexicanos, entre ellos, cientos de mogoteños que eran jornaleros.
Desde entonces, el 75% de los mogoteños va y viene entre México y Estados Unidos. Pasan temporadas aquí y temporadas allá. Tienen negocios y familia en los dos países y no quieren escoger entre un lado u otro.
¿Por qué tendría que hacerlo?, dice Mardonio, quien regresó para quedarse cuando le dio por la política y, como candidato migrante, se convirtió en alcalde de Pilcaya, el municipio al que pertenece El Mogote.
Después montó el restaurante La Laguna en El Mogote, una parada casi obligatoria para quienes viajan como turistas por la carretera Taxco-Ixtapan de la Sal y, a la par, tiene cinco tiendas de nutrición para personas de bajos recursos en Bakersfield, California.
“Vivo aquí por qué tengo mejor calidad de vida y la gente es muy cálida aunque la gente es muy chismosa’’, dice apurando la cerveza.
William y Jorge Flores, quienes lo acompañan, sueltan sonoras carcajadas: todos saben, por los cuchicheos del pueblo que, por ejemplo, mientras algunos maridos se va a trabajar a EEUU y a ver a sus amantes allá, las esposas se consuelan con amigos aquí.
“¿Que cómo sabemos?’’, pregunta Jorge Flores, un repatriado que en Los Angeles fue acusado de pandillerismo y aquí se regeneró hasta crear su propia empresa de material para hornato. “Pues… A la una de la tarde el fulano va a ver a mi comadre cuando los niños están en la escuela’’.
William Jaime Flores no habla. Por ahora prefiere escuchar y así mejorar su español. Vino a vivir a El Mogote hace seis meses, cuando dejó atrás el US Army para pasearse ahora con un sombrero de ala por todo el pueblo y tomar mezcal con los amigos
“Jimmy’’, como se le conoce en el pueblo, es hijo de una estadounidense de origen alemán y un mogoteño. Su padre aún vive en Chicago, pero a él le gusta aquí y aquí piensa caserse con una mexicana a la que le guste tanto cocinar como a él. “Quiero hacer una familia unida’’, dice arriesgando su castellano.
Luego abre la aplicación de fotografías del teléfono donde está su vida de 15 años como “private ranger’’ en la guerra de Irak y Afganistan. “Yo creo que cada cierto tiempo una generación tiene que pagar el precio de otras pasadas y a mi me tocó pagar por todo lo que hicieron por mi padre’’.
• Qué gustos de pagar por eso, cabrón- responde Mardonio. Y ahora quieres casarte…
• Yo creo que hay un mejor concepto de familia en México. Mi madre allá era drogadicta y mi padre peleó por ganar mi custodia y la ganó cuando yo tenía seis años. Desde entonces me traía cada año a México.
Aquí se enamoró de los tamales y frijoles con chile de árbol, del cerdo con salsa de cacahuate y de la salsa con chile verde. Recordaba esas delicias cada día de su vida desde los 18 a los 33 años cuando era soldado y estaba lejos hasta que un día cayó una bomba sobre el tanque en el que viajaba. Solo dos de los 10 ocupantes sobrevivieron.
Así lo pensionaron y vino al Mogote, donde tiene un rancho con matas de aguacates, platanos y cafetales. “Soy un tipo con suerte’’.
William se levanta de la mesa y toma en sus manos un frasco con aceite de marihuana para llevarlo a una vecina que padece reuma. Aprendió a hacerlo en un curso en Colorado, donde la yerba medicinal y recreativa es legal. ‘“Vamos, Santo Grifo’’, llama a su doberman y ambos se pierden entre las calles sin pavimentar bajo el duro sol de la tarde guerrerense.
• “Vamos a visitar a la tía Ana’’, sugiere Mardonio. De camino hace un recuento: tiene 15 sobrinos en EEUU, dos hijos de blancos gringos, dos de negros y el resto pochos: ya somos una mescolanza, concluye en la puerta de la tía.
Ana Castañeda es una octagenaria que pasa la mitad de su vida en California y la otra aquí, de donde emigró en 1983 para obtener la residencia y hacerse de una casa amplia en su terruño donde va caminando a las bodas y quinceaños.
“No extraño a los que están allá porque van y vienen… ¿quieren probar su vino? ¡Joseeee…’’
José Flores, su hijo, entra a la sala con una botella de merlot. Es catador de la compañía Kendall-Jackson desde hace 15 años en Sonoma, desde donde viajó para pasar unos días de descanso y descorchar el tinto a sus anchas.
• Me gusta mucho mi trabajo porque de mi depende en gran parte el proceso de la calidad del sabor y del olor. Debo estar atento a los filtros, las barricas, las temperaturas…- comenta para sí.
Luego levanta la copa. “Bueno, eso es allá.Qué bueno que están aquí, siempre se está mejor: todos queremos regresar algún día’’.