NORTEAMÉRICA.- Hoy en día, y a pesar de que Miguel Ángel Osorio Chong afirma que en México las violaciones sexuales van disminuyendo, los migrantes centroamericanos siguen siendo ultrajados. A diferencia de hace cinco años, ahora los abusos se llevan a cabo contra una generación de migrantes que no tienen acceso a información sexual, y los ataques ya son por igual a hombres y mujeres.
Las cifras del estudio de la Red Mesoamericana Mujer, Salud y Migración y las estadísticas de la red de albergues en todo el país, sin embargo, revelan que el 70% de las poco más de 100, 000 mujeres migrantes y alrededor de 70,000 hombres indocumentados que ingresan cada año en México padecen algún tipo de abuso sexual.
Después de ver llegar a mujeres recién ultrajadas, embarazadas o en estado de shock, Fray “Tormenta” Tomás, encargado en Tenosique, Tabasco del Centro de Atención a Migrantes La 72 afirma: “el gobierno ha dicho que ya no hay violaciones, pero es mentira”.
Tenosique es una de las rutas que los indocumentados se han visto obligados a tomar como alternativa, zonas donde el operativo Frontera Sur incrementó la cacería indocumentados desde que Estados Unidos se quejó del arribo masivo de niños migrantes.
Fray Tomás cuenta que hace algunos años, antes de salir de sus países de origen, las migrantes se administraban la “inyección anti-México”, un anticonceptivo de largo efecto para evitar embarazo en caso de violación, pero hoy por hoy no toman “absolutamente nada antes de salir de su país.”
“Lo sé porque tratamos de llevar una estadística y de los ocho casos de violaciones (dos contra varones) que se han presentado en los últimos tres meses ninguna se había inyectado nada porque cada vez vienen de regiones más lejanas y con menos información.”
Generalmente los pueblos originarios de los migrantes centroamericanos que hoy llegan hasta México tienen altos índices de pobreza y, según testimonios recabados en los albergues, no tienen dinero para comprar anticonceptivos o inyecciones, es muy caro. Las madres tienen a sus hijos a muy temprana edad
“Sabemos de casos de mujeres que tomaban píldoras y hormonas desde antes del año 2000 pero los testimonios que yo tengo son otros: ya no lo hacen” afirma el cura González.
Las mujeres no tienen acceso a educación sexual, se interesan en el tema “hasta que les pasa” y el aborto tampoco es una opción porque “sigue siendo un tabú, se sienten estigmatizadas y criminalizadas de tan sólo considerarlo”. Es por eso que en el albergue dan pláticas preventivas y medicamentos.
Ellas huyen de la violencia centroamericana, de la vergüenza de estar embarazadas por una violación y llegan a México a encontrarse con más abusos y trabas en la seguridad social. Sorprendentemente, son más de cinco mujeres en el albergue las que han decidido parir a sus hijos en territorio mexicano.
Desde que en el refugio La 72 –que subsiste gracias a las donaciones de la organización alemana Médicos sin Fronteras- detectó este problema de desinformación comenzó a implementar un protocolo de salud con medicamentos y pláticas preventivas, pues las mujeres ya ven a la violación como parte de la cuota para llegar a su destino.
Con los hombres se debe trabajar más, pues no es fácil que vean que no pierden la hombría por haber sufrido ese tipo de abuso.
El estudio de la Red Mesoamericana Mujer, Salud y Migración que advirtió de un corredor que lleva de Guatemala al estado de Chiapas (Huehuetenango-La Mesilla-Comitán) donde los feminicidios y violaciones son cotidianos, concluye que la implementación del Plan Frontera Sur ha orillado a los migrantes a exponerse más.
“La creciente presencia de autoridades ha forzado a los migrantes a buscar rutas alternas para evadir los puntos de inspección migratorio. Las mujeres, en particular, se enfrentan a múltiples violaciones de sus derechos humanos desde el momento en que salen de sus comunidades”.
TIEMPO ATRÁS
Desde el año 2009, este diario dio cuenta de los altos índices de abuso sexual contra las mujeres migrantes centroamericanas. En ese entonces, se volvió una creencia popular que la mayoría, si no es que todas las mujeres que viajaban en “La Bestia”, serían violadas, ya por los Zetas o por los maras; por la policía, pobladores o compañeros de viaje.
Por eso, para evitar embarazos comenzaron a cargar con condones o a usar anticonceptivos en todo momento.
“Mi estrategia para que los hombres no se metan conmigo es darme a respetar, les hablo poco y de usted, pero eso son precauciones mínimas, sé que poco me serviría si quieren abusar de mi y por eso inyecto”, detalló en ese tiempo la hondureña Patriacia Alvarado en la frontera con Guatemala, poco antes de llegar al paraje conocido como La Arrocera.
Una familia integrada por padre e hijos en La Arrocera azotó durante dos años a todas las mujeres que cruzaban el camino hasta 2011, cuando la fiscalía detuvo a todos los integrantes, pero al poco tiempo se multiplicaron los grupos de violadores en diversas regiones de los estados del sur y algunos solitarios hacia el norte que siguen sin control.