La madrugada del jueves, mientras los habitantes del edificio Champlain Towers en North Miami Beach dormían plácidamente sin saber que pronto se les vendría encima, algunos seres rondaban en los alrededores, saltarines y huidizos entre la yerba que bordea el paseo de la playa: los gatos. Miami tiene una fascinación con los gatos.
El Estado los cría, los cuida y los mima a lo largo de la playa donde se les ve rondando en la oscuridad y ellos, sin duda, fueron testigos silenciosos del derrumbe, pero testigos al fin… ¡Ay, si hablaran! ¡Cuánto no dirían!
Por eso traemos a este espacio un minino que no sólo ve sino que analiza con su agudeza de observador callado el mundo que lo rodea y luego lo cuenta en esta maravillosa obra que lleva el nombre de Soy un Gato, de Natsume Soseki, el escritor japonés que vivió entre 1867 y 1916.
¿Qué revelaciones hay tras su ojo «mirón»? ¿Cómo nos observan en asuntos cotidianos? Pues este felino que se llama Gato (algo que le indigna mucho, pero qué le va a hacer si no le pusieron nombre), nos cuenta una curiosa relación: la de él con su amo; un maestro de inglés y lector ávido de libros.
El gato va de aquí para allá entre sus actividades diarias que consisten principalmente en mirar, comer, dormir y caminar. A veces se burla de lo que hay alrededor, en otros, es más reflexivo y audaz con luna ventaja que ya quisiéramos muchos reporteros: es un gato que observa sin ser observado.
Entonces, este gato chismoso descubre en la familia que lo adoptó el símbolo de una sociedad en decaimiento, perdida en banalidades, tontona y, en el fondo, muy aburrida.
Yo soy gato, publicada por primera vez en 1905, revela las formas y costumbres de un pueblo que se debate entre conservar lo tradicional o adoptar lo exterior, lo foráneo frente a la inestabilidad que genera la sociedad japonesa tras la Era Meiji (1868-1912).
La historia da fe de que un día cuatro naves militares estadounidenses bajo el mando del comodoro Mattew Perry, aparecieron en la bahía de Edo (hoy Tokio) en Japón y le lanzaron una ultimatum a los japoneses: o se abren por las buenas o por las malas porque EEUU quería el control marítimo de ese lado del mundo para consolidarse como potencia.
Los japoneses llevaban tres siglos cerrados a cal y canto, no les gustaban nadita los extranjeros pero supieron leer lo que venía si no se abrían y así se volvieron hábilmente no una colonia porque ya no eran ese tipo de imperios, sino un aliado y un aprendiz del mundo occidental.
Los Meiji emprendieron numerosas reformas políticas, sociales, económicas, religiosas y culturales destinadas a sacar a Japón de un aislamiento de tres siglos, a dejar atrás el medioevo y a poner a su país en contacto con el exterior. El lema oficial de la era Meiji fue: “Aprender de Occidente para alcanzar a Occidente”.
Entoces la clase privilegiada y la no tan privilegiada entró en crisis de muchas cosas por estos cambios y pues eso es lo que nos toca entender a través de los ojos nuestro Gato que, de más está decirlo: este felino siempre tiene como su igual al humano y, como buen humano, a veces mira a su semejante por arriba del hombro.
Gato llega a declarar, en uno de sus largos soliloquios, que la razón por la cual su vida se aleja de los humanos es por la tendencia de éstos de no disfrutar: “Yo voy a donde quiero y escucho lo que me parece oportuno escuchar. Luego saco la lengua y refresco mi cola y vuelvo a casa tranquilamente con mis bigotes erguidos”.
En la novela se equilibran los largos diálogos con el discurso crítico y espiritual. Aborda, por ejemplo, el sintoísmo que, al igual que el budismo zen, consiste en aprender a convivir con las cosas, a sentir que les pertenecemos y nos pertenecen.
Los pasajes sarcásticos tampoco deja pasar la burla al mismo Gato como cuando Tatara, un personaje, recrimina frente a su amo de la inutilidad de tener un gato en casa, ya que la mayoría del día se la pasa durmiendo y no se inmuta ni para ir a cazar ratones, y el gato se siente aludido y responde soberbio y acomplejado a la vez en un finísimo monólogo.
“Yo no soy como ellos, un mero engranaje humano. Soy un gato, un ser extremadamente sensible a los más sutiles cambios en la mente o el alma del mundo. Lo más natural para un gato es dormir, el reposo aclara la mente, relaja el cuerpo y concentra las fuerzas”.
Sin embargo, después se va a cazar ratones y casi muere en el intento porque las ratas lo empiezan a atacar en manada y se cae de por allá arriba de un techo en una pelea de supervivencia hasta la última uña.
En los momentos filosóficos, Gato observa con crudeza la eterna pelea occidental. “Si los hombres encuentran un río hacen un puente; si una montaña les bloquea el paso, construyen un túnel, y si algo está demasiado lejos, plantan vías para que los trenes circulen. Los obstáculos son cada vez mayores, y, aun así, el verdadero problema de la insatisfacción no se resuelve”.
Soseki publicó Soy un gato a su regreso de una estancia de tres años en Inglaterra destinada a ampliar sus conocimientos de la literatura inglesa, forjados durante su licenciatura en la Universidad Imperial de Tokio.
Lo becó el gobierno como parte del plan de aperturar a occidente y murió justo cuatro años después de la muerte del escritor debido a una úlcera gástrica como símbolo del inicio de una era y el arranque de otra.