En la semana estábamos hablando de los microcosmos, de esos pueblitos en México que son representativos de una realidad mayúscula en el país como lo es ahora El Mogote y su batalla frontal a la variante Delta del coronavirus.
Por eso este viernes de libro traemos a este espacio otro lugar representativo de México, igualmente minúsculo en su tamaño pero colosal por su significancia como símbolo. Se trata de La Matosa, un pueblo en el estado de Veracruz que concentra por mucho la realidad de un México que se desangra.
Señores y Señoras, de la pluma de Fernanda Melchor (Veracruz, 1982), les presentamos el libro Temporada de Huracanes.
En alguna ocasión reconocíamos la maestría con que Juan Rulfo hizo un destilado del lenguaje campesino en Pedro Páramo, que se tragó toda la jerga del campo mexicano, la regurgitó y la lanzó al mundo de manera magistral. Así Fernanda Melchor devoró desde niña el lenguaje semi rural de un México más moderno y lo trajo a su Temporada de Huracanes muy pulido y sin perder la esencia del habla más moderna en este país.
Y no sólo de cómo se habla sino de cómo se vive en una temporada violenta, oscura, donde fuerzas paralelas al Estado buscan adueñarse de la economía, de los bolsillos de los bisnietos de la Revolución que siguen en la pobreza, rodeados de armas, drogas y problemáticas más sofisticadas.
¿Qué pasa en La Matosa?
Un grupo de niños encuentra un cadáver flotando en las aguas turbias de un canal de riego cercano a la ranchería. El cuerpo es de la Bruja, una mujer que heredó dicho oficio de su madre fallecida, y a quienes los pobladores temían. Las sospechas sobre la muerte de La Bruja recaen sobre un grupo de muchachos del pueblo, a quienes días antes una vecina vio mientras huían de casa de la hechicera, cargando lo que parecía ser un cuerpo sin vida.
Con este trasfondo los personajes involucrados en el crimen nos contarán sus historias en un lugar marcado por la miseria y el abandono, y donde convergen la violencia, el erotismo sórdido, los vicios, la solidaridad, la ignorancia y los abusos de todo tipo. La historia se mueve en un vaivén de interpretaciones y realidades que dependen del pasado de quien la observa.
Fernanda Melchor escribe sin fin, de corrido, sin pausas y da a las narraciones un halo infinito como el vórtice del huracán que se quedó pasmado desde 1978 sobre La Matosa ya no de manera física sino espiritual, en el alma.
Esta narración le ha redituado a la autora dos premios muy importantes: el Premio Internacional de Literatura y el Premio Anna Seghers.Los capítulos son de largo aliento, las voces desbocadas en chismes que crecen hasta perder la realidad entre las versiones de Yesenia, de su primo Luismi y de su abuela; de las confesiones de Munra frente al Ministerio Público; del aborto de Norma, quien funciona como la observadora del sinsabor de Luismi, y a quien él y Munra terminan llevando al hospital para que no se desangre; del pragmatismo de Chabela, la madre de Luismi, fichera del pueblo.
Melchor sugiere vidas sin rumbo ni sentido, que sucumben ante dos caminos inevitables: la violencia o a la huida: porque los huracanes se forman cuando una serie de tormentas eléctricas se acumulan y se desplazan sobre aguas oceánicas cálidas. Como México.