NORTEAMÉRICA.- El intento del presidente Donald Trump por Jasso el cierre parcial de gobierno para presionar al Congreso por fondos para la construcción de un muro en la frontera con México fracasó formalmente el 25 de enero cuando el propio mandatario anunció una reapertura temporal.
Pero el revés no implica que haya abandonado el propósito de construir la muralla, una promesa de campaña que se ha convertido en uno de los temas definitorios en su gobierno.
De hecho, el tono de sus advertencias mantiene las preocupaciones sobre políticas migratorias en el centro de la atención pública y por tanto en el centro de la problemática norteamericana, con vertientes cada vez mas complicadas para las relaciones de la región.
Uno de los puntos importantes es la definida política estadounidense de no aceptar recibir y mantener reclamantes de asilo en su territorio, y de comenzar a expulsar otros indocumentados, para poner a
México en una situación real de “tercer país”.
El problema se agudiza porque México carece de la infraestructura necesaria para atender a los migrantes, sea los que llegan de las naciones del “triángulo norte” centroamericano o aquellos que son rechazados o esperan interminablemente por la posibilidad del asilo estadounidense.
Y ese es un problema acumulativo. Más allá o a pesar de las capacidades es de absorción de México, los refugiados centroamericanos siguen su llegada, alentados en parte por una red de activistas que creen en la esperanza que ofrecen, en alguna medida por su fe en el respaldo que su postura puede tener en los Estados Unidos y tal vez, en las sugerencias de que en el peor de los casos tendrán en México una.
Ida algo mejor que la que dejaron atrás.
El problema es la posibilidad de que puedan estar equivocados en los tres casos. Las autoridades estadounidenses no están de acuerdo tal vez en la construcción del muro pero no necesariamente en contra de mayores medidas de seguridad; los estadounidenses tienen una tradición de asilo y
recepción de migrantes pero también de rechazo y xenofobia.
Los mexicanos han sido relativamente indiferentes, pero junto con expresiones de apoyo y ayuda han
surgido manifestaciones de rechazo y molestos hacia los migrantes. Al margen del sentimiento público, el diálogo entre los gobiernos no es fácil.
Las autoridades mexicanas sostienen una posición de apertura hacia los migrantes, hecha difícil a veces por los integrantes de las caravanas que simplemente quieren cruzar el país sin necesidad de molestarse en tramites que aunque mínimos les darían una sombra de legalidad a su estancia en México.
El presidente Trump se ha quejado repetidamente de que el gobierno mexicano hace nada por detener las caravanas, en formulaciones que permitirían especular al menos sobre su disposición a ir más allá y tomar medidas que ciertamente complicarían la vida de su colega mexicano, Andres Manuel López
Obrador.
El gobierno Lopez Obrador habla por su parte de una estrategia para retener a los migrantes a comenzar por la creación de empleos en el sureste del país, con políticas de desarrollo que en territorio mexicano incluyen el propuesto tren maya y la promesa implícita de ayudar a los gobiernos centroamericanos a poner orden en sus propios esfuerzos. Pero esas promesas requieren de tiempo y el problema a
solucionar ya está presente.